7/11/2021
Por José Carlos Calderón
Este domingo, siete de noviembre, se celebró una nueva edición del Maratón de Barcelona.
Como maratonista aficionado era una estupenda oportunidad de volver a la competición después del parón obligado por la crisis sanitaria. Tras los duros meses de preparación y sacrificio, llegó la hora de la verdad. Atrás quedaron los días de calor del mes de agosto y septiembre, las tiradas largas, ésta vez hice tres, de 32 kilómetros, y también la estresante búsqueda de horas para poder entrenar y compaginar con la vida normal. Me llevé a mi familia, que me aguantó todo éste tiempo de entrenos, para que disfrutasen de la ciudad y me animasen.
El sábado salí a realizar un calentamiento y cuando llegué a la feria del corredor me sentí un poco decepcionado, no veía ese ambiente de las buenas carreras, poca gente y una bolsa del corredor muy pobre. El emplazamiento tanto de la feria del corredor, como de la salida y la llegada era una maravilla, entre la plaza de España y la Fuente Mágica de Montjuic.
Sin embargo, el domingo todo cambió. Había 15.000 participantes, el 20% eran mujeres y el 50% extranjeros. Era la primera gran carrera post covid y se notaba, había un ambientazo en las calles. Mucho frio, 6 grados. En los cajones de salida todos con mascarilla, llamaradas de fuego y la canción de “Barcelona” de música de fondo, interpretada por dos cantantes en directo. El recorrido era precioso, muy turístico.
Mi carrera salió dentro de lo esperado, muy bien hasta el kilómetro 30 y luego vino el “tío del mazo” y me puso en mi sitio. Conseguí mi primer objetivo, ser finisher. Realicé una buena marca de 4 horas y 5 minutos.
El único “pero” es que me guié por las liebres de 4 horas y estas llegaron varios minutos después mía y el Garmin me registró 500 metros de más. Esto provocó mi error y llegué pensando que bajaba de las 4 horas y no fue así.
El keniano Kosegi hizo record de la prueba con tiempo de 2.06.03.
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