Las primeras luces de la mañana me despiertan. Sé que me he dormido. Efectivamente, son las 6 y el despertador lo puse a las 5. ¡La carrera empieza en una hora! Me arreglo lo más rápido que puedo pues aún debo caminar o, no sé, correr los 5 km que separan el cámping de Llorts y Ordino. Ando tan rápido como puedo mientras desayuno un paquete de galletas. Tengo la esperanza que algún coche bajará por la carretera y me llevará. Ya llevo 2 km y nada de nada, cuando me doy cuenta que olvidé las pilas de repuesto. Se me acelera el corazón algo más todavía y corro pensando que quizás alguien me las pueda dar o prestar porque voy sin blanca. ¡Ya estoy con las mismas de siempre antes de una carrera! Y es entonces cuando la providencia se me aparece en forma de coche. Es un organizador que no duda en llevarme. Y ahora las pilas. ¿A quién? Camino por algunas calles céntricas de Ordino en busca de alguna buena persona que pueda tener unas baterías. Nada. Y la providencia se me aparece de nuevo esta vez en forma de carnicero. No vende pilas pero cree recordar que tenía algunas por casa. ¡Y las tenía! Lo abrazo y casi le doy un par de besos. Prometo devolvérselas en cuanto termine (y así fue, intactas). En eso suena el himno que precede la carrera y a toda prisa paso el control de material y me meto lo más cerca posible del arco de salida. Ya no me hace falta ponerme nervioso. ¡Me sobra!.
Petardos, cohetes y confeti dan paso a
la salida algo rápida para lo que se nos viene encima. Intento
ponerme justo en el grupo detrás de los que van en cabeza y lo
consigo. Veo que el grupo delantero lo encabeza un tío alto y con
rastas que lleva una mochila que me recuerda a la de los soldados de
la 2ª Guerra Mundial y unas bambas del Decathlon de no más de 10 €.
¡Y vaya si aguantó el tío! Aunque va siendo poco a poco
adelantado, a mí me cuesta una buena parte de la primera subida
chulísima, por entre los árboles de un bosque, al Coll d'Arenes
(2539 m). En esto me doy cuenta que voy ligeramente acelerado y
cuando intento apaciguarme veo un poco delante mía a una tía que
parece subir a buen ritmo. Nada, echo un par de onzas más de carbón
a la caldera y consigo enganchar con élla una vez pasado el Coll
d'Arenes, en el cresteo que lleva a la Collada de Ferreroles (2533
m). No solo sube a un ritmo que para mí ya es bueno, también baja
con mucha soltura. No dudo en seguirla hasta el refugio del Sortell
(primer avituallamiento, 20 km de carrera, 1969 m). Allí bebo lo que
puedo y como algo y salgo cuando élla sale. Ahora sé que va la
segunda femenina y sé que se llama Nerea porque alguien la reconoció
en el refugio.
Empieza la segunda subida que nos
llevará a la Portella de Rialp (2509 m). Nerea va tirando de mí y
yo la sigo aún sabiendo que voy ligeramente acelerado. Vamos
cogiendo poco a poco a otro corredor con quien compartiremos el resto
de la subida bajo un cielo que aquí en el norte está cubierto por
una maraña de nubes. Vamos pasando grupos de senderistas que con sus
caras nos dicen que no comprenden cómo demonios podemos correr por
allí. Coronamos la Portella y la bajada es larga y me permite soltar
las piernas ya un poco cansadas de la tan larga subida. Nerea sigue
tirando con fuerza y yo ya planto bandera y decido bajar una marcha
porque así me va a ser imposible terminar la carrera. Casi llegando
a la Estación d'Arcalís (2000 m) se me pega detrás la que es en
estos momentos la tercera mujer (iba a convertirse en la ganadora de
la carrera). Llegamos prácticamente juntos a Arcalís donde hay una
animación tan efusiva de familiares y curiosos que por un momento me
dan ganas de dar un sprint. Yo me tomo mi tiempo para beber y comer
que ya noto que las piernas no van igual. Las dos mujeres se largan en
menos de dos minutos pero yo ya tengo la determinación de ir a mi
ritmo y olvidarme de seguir a nadie.
Después de unos 10 minutos, abandono
la comodidad y empiezo a subir la Brecha d'Arcalís (2716 m) ya a mi
ritmo. Es una subida contundente, a tramos campo a través. Las
piernas las llevo algo fatigadas y resoplo en cuanto tengo que dar
algún paso más largo, siempre hacia arriba y con una pendiente que
da miedo. En una de las zancadas se me resbala el pie y se me cogen
el cuádriceps de una pierna y el gemelo de la otra. El corredor que
viene detrás mío me ayuda y me aconseja que tome sales. Lo he hecho
en forma de isotónica en los avituallamientos pero tendré que
incrementar la cantidad. Alcanzo la Brecha d'Arcalís como puedo y me
doy un pequeño respiro antes de seguir con pequeñas bajadas y
subidas hasta el Clot del Cavall (2588 m) desde donde veo el temible
Comapedrosa y los picos que lo rodean que parecen más bien la
entrada a Mordor. También veo a lo lejos los neveros de la Pica
d'Estats y detras mío la Vall Nord donde está Ordino y la meta. Una
bajada técnica y una subida algo durilla pero corta me llevan a Pla
de l'Estany. Hace una viento terrible. Hago el ritual de beber todo
lo que puedo y comer un caldo con fideos, unas galletas y fuet. Nos
avisan que la subida es dura. Esta me la conozco muy bien pues la
hice el verano anterior (900 m en 3 km). Es prácticamente un km
vertical y con tantas piedras que podrían hacer unos cuantos pueblos
de casas rústicas. En la cima (2939 m) nos esperan un nutrido grupo
de chavales que no para de animarnos y hacen que uno no piense en
nada más que en seguir. Las vistas son verdaderamente
espectaculares. Este año no hay tanta nieve como en otros pero aun
así hay ciertos neveros en la bajada en los que decido bajar con el
culo. Tras tres km de muy bonita bajada llego al refugio de
Comapedrosa (2260 m) donde me esperan de nuevo la bebida y comida de
siempre. Veo al corredor que me ayudó. Lo saludo. Va bien y ya se
marcha. Salgo algo más tarde que él. Ahora nos enfrentamos a una
subida corta con rampas fuertes que nos lleva a la Portella de
Sanfonts (2581 m) desde donde cresteamos hasta el Alt de la Capa
(2575 m) para luego descender a la carretera que nos llevará al Coll
de la Botella (2069 m), siguiente avituallamiento. Este tramo ha sido
relativamente fácil y apenas si he gastado fuerzas. Me siento mejor,
con fuerzas, con ganas de seguir. Me veo con tiempo de llegar a la
Margineda (70 km) antes que caiga la noche.
No tardo ni 10 minutos en abandonar el
avituallamiento para enfrentarme a una subida que precede a una
temible bajada de 1500 m de desnivel y con tramos técnicos que me
deja los cuádriceps machacados. Consigo el objetivo de llegar a
Margineda (900 m) antes de la noche. Aquí me espera un
avituallamiento algo más completo. Es un punto muy crítico para los
corredores: yo lo sé por mi experiencia en la Mític de hace dos
años. Aquí el que llega con fuerzas sigue pero el que no... la
ducha, un punto de fácil acceso con coche, las colchonetas a modo de
cama, el cansancio, el pensar que nos queda mucho más de la mitad de
la carrera por delante, lleva a muchos a tirar la toalla. Mientras
estiro veo que hay corredores que deciden intentarlo otro año, que
ya es suficiente para ellos. Siento lástima por ellos. Los
voluntarios no pueden hacer nada por hacerles desdecir, la decisión
está tomada y la mente ha bloqueado toda voluntad. La mente abandona
al cuerpo y el sueño de llegar se esfuma. Yo no pienso en eso.
Entretengo mi mente con la canción que tantas veces he escuchado con
Maribel. Y me encanta. Me da fuerzas para seguir. Y sigo. Sigo con
determinación.
Viene una subida dura al coll de la
Gallina (1911 m). En la subida cojo al corredor que me ayudó cuando
me dieron los calambres. Se alegra de verme y decidimos ir juntos.
Tras un inicio por un sendero bastante empinado, ahora vamos por una
pista forestal ancha y de poca inclinación. Decido ponerme a correr
pero a los pocos minutos mis piernas me dicen que hay que seguir
andando. Mi compañero, que pensaba que estaba bastante más atrás,
no tarda nada en cogerme y me aconseja con un acento catalán que
apenas logro entender que mejor caminar que correr: “malgastas
energía corriendo hacia arriba”. Así que decido hacerle caso y
caminar lo más rápido posible. Sin mucho esfuerzo coronamos el Coll
de la Gallina y empezamos a correr con suavidad cuesta abajo. Ya no
puedo dar zancadas. Las piernas solo dan para ir dando saltitos. En
la bajada mi compañero me cuenta que es portugués y que trabaja de
repartidor y que sale a correr cuando puede, sin hora fija. Pues está
muy fuerte el tío a pesar de eso, pienso para mí.
Después de una larga bajada me avisa
que vamos a enfrentarnos a la subida más dura de todas. También la
conozco del verano anterior aunque fuese en sentido descendente. Sé
que es muy larga pero me parece muy poco dificultosa y además a mí
se me dan muy bien de ese estilo tan machaconas. La subida al Pic
Negre de Claror (2642 m) es, efectivamente, muy larga pero la
pendiente es muy fácil de llevar incluso a estas alturas de la
carrera. Lo peor es el frío y el viento que van a más en la subida.
Tenemos que parar a ponernos guantes y algo en la cabeza. Cuando
coronamos ya está amaneciendo y la bajada al refugio de Claror la
hacemos sin frontal. No puedo creer que sea ya de día. ¿Tantas
horas llevamos corriendo ya? Y cuando desde la cima miro lo que
tenemos aún por delante me doy cuenta que la carrera empieza ahora.
Mientras bajo al refugio de Claror
vuelvo a recordar mi canción de la carrera. Desde aquí hasta la
estación de esquí de Pas de la Casa es un terreno que también
conozco muy bien y eso me hace ir anticipando lo que hay mientras
revivo las experiencias del verano pasado. Llevo ya 24 horas de
carrera y empiezo a vivir la carrera como un sueño en el que ya he
estado. Los picos, los pasos de montaña, los avituallamientos, se
van sucediendo. Mi ritmo es constante y bueno. Me siento bien. Sé
que voy a llegar, lo sé. El paisaje por donde discurrimos hasta el
Pas de la Casa es espectacular y me hace sentir muy feliz viéndome
allí corriendo y trasteando con los palos. Paso a paso, piedra a
piedra llego a Pas de la Casa (avituallamiento, 2100 m, 130 km).
Sin darme cuenta mi compañero de
viaje ha quedado atrás en algún avituallamiento quizás, no lo sé,
con mi ensimismamiento no me he dado ni cuenta. Me tomo mis 15
minutos para reponerme y sigo con la misma convicción con la que
llegué a Pas de la Casa. Aquí hay un tramo hasta el Port Dret que
no conozco pero lo demás ya lo hice en la Mític. Ya sé lo que me
queda, lo puedo anticipar. Sé que quedan un par de subidas que dan
miedo. Cuando llego al refugio de Cóms de Jan, uno de los
voluntarios me dice que solo me queda llegar hasta aquel paso de
allá, que yo mirando hacia donde me indica me quedo petrificado de
lo lejos que me parece. ¿Y eso son solo 5 km? Entonces me doy cuenta
de lo que en estas montañas significa un solo km. Aquí hay que
pelear hasta el último paso. Además la última subida es
psicológicamente dura porque cuando ves que casi alcanzas el nivel
del paso, viene una bajada de unos cien metros de desnivel que a esas
alturas pesan más que mil de los iniciales.
Tengo ya mucho sueño y mucha hambre.
En un momento de la subida se me va un pie y apoyo mal el bastón.
Instintivamente lo suelto para no romperlo y desliza unos metros
ladera abajo. Bajo a por él y cuando subo sobre una piedra gorda
para darle alcance esta cede para mi sorpresa, con tan mala suerte
que me caigo de culo sobre ella (menos mal que en la zona plana) y
consigo zafarme de ella para no rodar ladera abajo. Me duele el culo
y tengo algunos rasguños en brazos y piernas. Por fin corono el
puerto. Desde aquí a la meta quedan 18 km, 5 km técnicos hasta el
refugio del Sorteny (primer avituallamiento también). Tengo ya una
sonrisa en la cara que nadie ni nada me la quita, aunque sé que
todavía hay que pelear durante casi tres horas más.
En el refugio solo paro a reponer
líquido y me marcho para ver si consigo ponerme a correr de
continuo. Al principio a tramos, como calentando otra vez los motores
oxidados de tanto machaque, esperando que con suerte la nave nodriza
después de una eternidad viajando a la deriva por el espacio
encienda sus propulsores de nuevo. Y pacientemente lo consigo.
Arrancan mis motores. Consigo correr de continuo. Ya no paro ni en
las pequeñas subidas que quedan. Adelanto a algún corredor de la
Ronda dels Cims y algunos de la Mític, más frescos, me adelantan.
Pero nada me despista de mi obcecación por tirar y tirar.
Son cerca de las 10 de la noche y
tengo que llegar sin el frontal. Me parece estar viviendo otra vez en
un sueño. Pero es que también tengo mucho sueño y a veces pienso
que me caeré y me quedaré dormido. Paso a Nerea que está abatida y
solo puede caminar. La animo en los pocos segundos que me pongo a su
lado y sigo. La meta está cerca y la canción que a ratos he ido
tarareando mentalmente durante la carrera me viene a la mente. Y
mientras la recuerdo giro una curva y es entonces cuando veo la meta
y no solo de la carrera también personal.
En ese momento dejo de correr. No
quiero correr. No tengo prisa ya. Quiero vivir y sentir estos últimos
metros que me quedan. Saborearlos, disfrutar con ellos, ver que los
días y días de entrenamiento han merecido la pena. Me siento muy feliz.
Pienso en Maribel. Pienso que está viéndome desde algún lugar.
Siento que me da un abrazo y es entonces, con los ojos vidriosos,
ahora sí, cuando levanto los brazos antes de cruzar la meta.
Hay mucha gente alrededor mío. Me
felicitan. Alguien me da un obsequio por terminar. No lo miro, ya
noto que los niveles de adrenalina empiezan a bajar y sé lo que esto
significa. A pesar de las sugerencias de muchos que me siente y tome
algo, no lo hago porque sé que me va a entrar una hipotermia. Ando
como puedo hasta el pabellón donde dejamos las mochilas para
cambiarnos. Ya soy un viejo de renqueante. Las escaleras las bajo
apoyado en la barandilla. En la ducha, al quitarme la mochila de
correr, noto que el pequeño dolor en el hombro que he ido
arrastrando la tercera parte de la carrera se ha convertido en un
dolor que apenas si me permite mover el brazo. Me desvisto como si
tuviera 80 años, ni uno menos. Menos mal que el ambiente es muy
cálido, de lo contrario estaría temblando de frío. Aun así veo
corredores temblando. Estos sí se han parado a descansar antes de
ducharse.
Con el brazo izquierdo medio consigo
limpiarme y vestirme de nuevo. Debo ir al fisioterapeuta. No puedo
mover casi el brazo. Los fisios me dan un tute que no veas y
consiguen que mi brazo recupere cierta movilidad. Al bajar la camilla
noto que he vuelto a envejecer 10 años más. Ya no renqueo, ya me
arrastro. Las voluntarias del hall se compadecen de mí. Se me pasa
por la cabeza que aún tengo que ir hasta el cámping de Llorts y es
entonces cuando pienso que caminando no llegaría hasta el amanecer.
Así que sin ningún pudor les pido, les ruego, les suplico que
alguna me lleve al cámping. Y la providencia que tanto se me ha
aparecido en esta carrera, vuelve en cuerpo de mujer que me lleva
hasta el cámping.
Recuerdo tardar no menos de 10 minutos
en recorrer los poco más de 100 metros que hay de la puerta del
cámping hasta mi tienda. Tardo media hora en ir al cuarto de baño,
lavarme los dientes y volver y otra media en arreglarme y mandar un
mensaje de tranquilidad a Maribel. “Hace un rato que terminé.
Estoy molido de cansancio. No he podido avisarte antes. Me han
acompañado al cámping. Mañada te cuento. TQ.” Y tras esto el
móvil se me cayó de las manos y yo caí en un sueño del que no me
desperté hasta doce horas después.
¡Increíble! Pedazo de crónica y de experiencia, ¡enhorabuena por la carrera!
ResponderEliminarYo participé en la Mític, ¡nunca hubiese esperado encontrar (aunque a posteriori) alguien de tan cerca que hubiese estado por el pirineo Andorrano ese fin de semana! (soy de Los Boliches, Fuengirola).
Os dejo mi crónica por si le queréis echar un ojo, pero ya os adelanto que esta acaba mejor jajaja http://elcorredorerrante.blogspot.com.es/2014/07/andorra-ultra-trail-mitic-2014-viernes.html
¡Un saludo!
Gracias Juan Andrés. Es un honor contarte entre nuestros lectores. Joan Marc es nuestro corredor de montaña favorito y prepara nuevas aventuras. Estate atento
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