17/01/2016
Por Antonio Burgos
Nuestro compañero Manolo Marín es un villafranqueño orgulloso de su pueblo (con motivo) que siempre que puede nos habla de su romería y de esta Travesía Solidaria, animándonos a participar y conocer el privilegiado entorno por el que transcurre la ruta. Los años anteriores ya fueron varios miembros del club a la cita que nos animaban a los demás a vivir la experiencia. En esta VIII edición nuestros marchadores han sido Silvia Cañadas y Julían, Manuel Romero y Carmen, Salvador Alba y Tati, Antonio Burgos y Helena, Elia y Pedro y Rafa Comino con sus cuñados, además de Manolo Marín, que es fijo y parte de la organización como miembro de Los Agujetas, club local de atletismo y coorganizador del evento. Las familias de Silvia, Elia y Antonio fueron con sus niños con edades entre 12 y 5 años que también completaron la distancia.
El punto de salida es el Albergue de Fuente Agria, donde pasamos noche casi todos. A las 7 de la mañana ya había que estar en pie para recoger las bolsa de corredor y formalizar la participación. Dió tiempo para desayunar frugalmente y tomar la salida a las 8 y poco. Salíamos del pueblo en la cola del grupo entrando en un carril que transcurre entre verdes campos cultivados. Salva, Tati, Manolo, Carmen y Rafa iban delante, mientras que las familias marchábamos al ritmo de nuestros hijos, animándolos cuando flaqueaban sus ánimos. Los 20 o 22 kilómetros por recorrer eran una difícil prueba para ellos. En el kilómetro 9 se reagruparon los casi 500 participantes para tomar desayunar por segunda vez y coger fuerzas. A partir de ahí , el carril se convierte en un sendero en subida, la parte más complicada de la travesía. No era muy larga la cuesta pero el terreno era complicado para los niños y los más mayores. Seguimos por una bajada hacia el cauce de un río, uno de los tramos más bonitos, paseando en paralelo a él. Lo cruzamos y, después, casi siempre por carril subimos y bajamos entre pinos, eucaliptos y encinas. El monte en esta sierra es bellísimo, especialmente en esta época, todo verde y fresco. Los avituallamientos se acortaban hasta llegar al último, en un mirador, donde disfrutamos de cerveza, refrescos y salmorejo, como no podía ser de otra manera. Recuperados y con la meta cerca, bajamos hacia el albergue por un estrecho camino. Allí, en un gran ambiente, compartimos un buen arroz todos juntos y comentamos lo satisfechos que habíamos quedado de esta excursión, con ganas de repetir. Para rematar la alegría, uno de nuestros hijos , mi Martina Burgos recibió el premio a la participante más joven. Tiene sólo 5 años pero hizo casi toda la prueba por su pie, ayudándola en las cuestas, a cuestas de su padre, el que escribe. Para mí no había mejor final posible.
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